Hecha con Copilot |
Había llegado la noche y ese día no se habían repartido regalos. Era el fin.
Sabía que ese día tarde o temprano llegaría pero creía que el fin sería plácido, natural... Al menos lo pensaba hacía tiempo. En el fondo sabía que el final sería violento, traumático e inesperado. Inesperado no porque no supiera que pasaría sino porque no sabría que pasaría ese día. Y sería inesperado porque no se esperaría la violencia del acontecimiento, pero ahora ya estaba, ya había pasado y estaba cansado. Cansado de pelear por las ilusiones del principio, cansado de pelear por mantener la tradición en tiempos modernos, cansado de negociar para no vender su trabajo, para respetar los límites con Papá Noel y cansado de calmar a Baltasar, de animar a Melchor, de esforzarse al máximo sin ninguna satisfacción... Era el momento de renunciar.
- El gordo está viniendo.
Aún resonaban en sus oídos las palabras de Baltasar. Era cinco de enero y acababan de comer, se estaban vistiendo para la gran ocasion del año y la visita sorpresa de Joulupukki no podía augurar nada bueno.
Tenían un acuerdo tácito, nunca se visitaban justo antes de sus fechas señaladas. Tenían todo el año para hablar, reir, comentar... Así era al principio, reían hablaban y se contaban ideas, repartían ocurrencias... Así empezó todo.
No recordaba ya en qué año fue, aunque tampoco era tanto tiempo o eso creía. Al principio ellos tenían su espacio y él el suyo pero llegó y, muy amablemente les pidió participar. Es por los niños, dijo. Y le creyeron. Le creyeron porque a ellos les importaban los niños, la ilusión, mantener la tradición. Y pensaron que él era igual. Pero al poco tiempo se destaparon sus intenciones: los contratos de publicidad. Ellos no lo sabían, pero en todo el mundo ya contaba con contratos de publicidad de las más variadas marcas: bebidas, grandes almacenes. Nada escapaba a su voraz apetito de negocio. Pero no le dieron mucha importancia, al fin y al cabo ellos habían descartado hacía mucho la expansión y no tenían interés en hacer dinero. Demonios, pero si estaban perfectamente acostumbrados a compartir fechas con troncos de Navidad, Olentzero y Apalpador y nunca había pasado nada, se respetaban y cada uno hacía su parte. Pero con el lapón no, él lo quería todo y poco a poco lo fue consiguiendo.
Usó la prensa, televisión, radio... y se comió a los que compartían fecha con él reduciéndolos a una simple reliquia folclórica reivindicada sólo por unos pocos. Ellos aguantaron un poco más, quizá por ser en otra fecha, quizá porque su tradición estaba más arraigada. Pero el caso es que no pudo con ellos. Y como no pudo se centró en ganar dinero de otra manera.
Fabricó más y más juguetes, pero traspasó muchos límites. Mano de obra infantil, mal pagada, abusos... Muchos abusos, hacía ya siete años de lo de Yatin pero no lo habían olvidado. Noel había traspasado todos los límites. Estaban enfrentados, ellos lo sabían y él lo sabía y ese día había llegado todo a su fin.
Era cinco por la tarde y Papá Noel llegó a las oficinas de los Reyes Magos completamente borracho, soltando improperios y gritando.
- ¡¡¡¿Habéis intentado sustituirme por una puta máquina?!!!
Baltasar no dudó en reconocerlo. Claro, él ya era un problema, y muy gordo. A Claus no le hizo gracia el chiste y lanzó el primer golpe. Baltasar se lo devolvió y ya no había marcha atrás, la guerra había comenzado.
Como era de esperar el gordo cabrón no había venido solo, se había traído a un ejército de fieles, pocos, y una muchdumbre obligada a pelear por un plato de lentejas o simplemente para la supervivencia de algún familiar. Naturalmente ellos estaban preparados para pelear, pero para lo que no estaban preparados, al menos él, era para la destrucción mutua.
Baltasar tardó en caer, pero cayó. A Noel lo mató él mismo justo después del amanecer, cuando ya era tarde. Gaspar se quitó la vida cuando vio lo que había ocurrido y ahora estaba solo, completamente solo.
Pensaba si seguir los pasos de su rubio amigo o simplemente encerrarse y no volver a salir nunca cuando los oyó llegar. Otra sorpresa que no lo fue tanto, sabía que estaban al acecho.
Tres coches negros llegaron acompañados de cuatro camiones repletos de gente uniformada. De los coches bajaron unos tipos trajeados y uno en shorts y camisa hawaiana. Sabía quienes eran porque llevaban tiempo merodeando.
- Hola Melchor, ¿listo para retirarte y dejarnos a nosotros?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Debido al aumento de bots y de publicidad indiscriminada, los comentarios serán moderados.