Sintió palpitar las sienes y unoyó rumor lejano poco antes de saber que aún estaba dormido. La conciencia de la boca pastosa y distinguir el sonido insistente del teléfono precedieron al sobreesfuerzo que le costó abrir los ojos. Vio el techo blanco, ya era de día, y trató de incorporarse. Tenía los párpados secos y le dolía la garganta, vómito reseco le tiraba de la comisura de los labios y le acartonaba la barba. Desentumecer la mandíbula le dolió, la cabeza ahora martilleaba. Llevaba todavía los pantalones de faena y las botas estaban cerca del sofá, pero la chaqueta había desaparecido, sólo llevaba la camiseta, sucia. ¿No había sido capaz de llegar a la cama? Buscó con la mirada el reloj de pared, eran más de las tres. El teléfono seguía sonando. Rebuscó entre los cojines y sacó el terminal, la vista borrosa no le permitió reconocer quien estaba agravando sobremanera su resaca.
─ ¿Sí? - Recorrió la desordenada estancia con la mirada y con la esperanza de encontrar algún resto de lo que había bebido la noche anterior, lo necesitaba, dios cómo lo necesitaba...
═ Esta vez te has superado...
Era la voz del negro, se sintió cansado de repente.
─ Oye Baltasar, no sé qué crees que ha pasado, pero ahora no puedo hablar, estoy...
═ Borracho como una cuba. Y encima seguro que no recuerdas que hiciste anoche.
─ Salí, como cada año a repartir regalos... Es lo que hago cada año...
═ Sí, como cada año saliste a repartir regalos y como cada año te llevaste un par de botellas para el camino, y como cada año te bebiste todas las putas copas de coñac que te dejaron y ¡COMO TODOS LOS PUTOS AÑOS ACABASTE HACIENDO EL RIDÍCULO! Pero es que encima este año has cruzado todas las putas rayas, te has pasado y te han pillado. Y ¿sabes qué? Este año no daremos la cara por ti. Estás solo.
─ ¿De qué me estás hablando? Oye, mira, ahora no puedo hablar... - Pero mientras decía estas palabras reparó en unas manchas marronosas sobre sus pantalones rojos, secas... La bruma de la noche anterior seguía allí pero ahora era patente que algo se escondía en su interior. Solo que no sabía qué.
─ Oye Balti... No recuerdo nada... No sé qué pasó ayer... Pe-pero seguro que se puede hacer algo, por los viejos tiempos...
═ Los viejos tiempos han pasado hace ya mucho. Los medios se han cansado de callar, no nos respeta nadie y no hay manera de taparlo. Esto ya no es como antes, que con dos llamadas de Melchor quedaba todo olvidado, no. Estamos ya en otro tiempo y no podemos seguir como si nunca nos fuera a pasar nada. Encima lo de hoy... Has cruzado todos los límites de la tolerancia, se te ha ido la cabeza completamente. Esto no tiene perdón.
─ No sé qué he hecho... Dime qué es lo que crees que he hecho, por favor... - Echó mano al bolsillo del pantalón en busca del pañuelo para secar el sudor que, pese a ser la tarde de un frío día de diciembre ya le perlaba la frente. Lo que sacó le heló la sangre: braguitas. Blancas braguitas de niña pequeña, muy pequeña. Pero también calzoncillos pequeños. Las prendas estaban manchadas, unas de sangre, otras de vómito, todas de hollín... Palideció.
─ Oye, Baltasar, no sé qué he hecho pero buscaré ayuda. Dile a Gaspar que lo arreglaré, que es la última vez, lo prometo... No os volveré a decepcionar, Es una mala racha, ya sabes, niños contestones, cada vez creen menos en nosotros... Es mucha presión y no he sabido llevarlo... Oye, Baltasar, pillo el aviso, ¿vale? Es la última, lo juro...
═ Demasiadas veces la última vez, demasiadas promesas incumplidas. Demasiados años tapando tus miserias. Estamos hartos ¿entiendes? Hartos de tus mentiras, de ti demasiado borracho como para hacer bien tu trabajo. Esto no es un aviso, estás fuera, caput, olvidado, el año que viene no volverás.
Pese al martilleo de fondo la cabeza se le había aclarado de repente. Estás fuera, eso sólo podía significar una cosa: Gaspar venía. La llamada no era de aviso, era para mantenerlo ocupado antes de que huyera. Pero, ¿de qué iba a huir si ni siquiera recordaba que hubiera hecho nada? Sangre, vómito, ropa interior infantil... era una mezcla explosiva, pero ya había pasado otras veces, la soledad le llevaba a rebuscar en cajones, llevarse recuerdos, fetiches de algo que nunca sería... Menos una vez, Pavel, pero fue una vez... o al menos eso se repetía a sí mismo. ¿Por qué no podía recordarlo? ¿Por qué este año era tan tajante Baltasar? ¿Por qué Melchor no era el que le llamaba?, era el más conciliador, el comprensivo...
─ Mira, oye, no sé qué ha pasado, de verdad. Dile a Gaspar que no venga, yo mismo me quito de en medio... Me voy ahora mismo a Laponia, unos días fuera, lejos del mundo para pasar el mono y luego me desintoxico... Seguro que no es tan grave...
═ Estás en todas las cadenas de televisión. La policía te busca, nadie puede mirar hacia otro lado. - Su voz parecía cansada, con un tono casi paternal. - Mira Joulu, no me gusta esto, me jode tanto como a ti, pero no podemos hacer otra cosa. Vas camino de cargarte todo el chiringuito. No tienes cuidado y por tu culpa caeremos todos. No eres bueno para el negocio. Han sido unos buenos años compartiendo curro, pero se ha terminado, estás acabado para nosotros y para el mundo.
─ ¿Cómo que estoy acabado maldito negro hijo de puta? ¡Yo os hice a vosotros! ¿Yo empecé el puto negocio! ¡Yo soy el que manda aquí y decide quién está fuera! ¿Tú estás fuera puto maricón de mierda! ¡Tú y los putos muerdealmohadas que van contigo! ¿No acabaréis conmigo! ¡YO SOY LA PUTA NAVIDAD!
El martilleo de su cabeza ahora era como un martillo neumático a pleno rendimiento. Tenía los ojos fuera de órbita y apretaba con tanta fuerza el teléfono que en cualquier momento lo oiría crujir entre sus dedos... Jadeaba, Baltasar no contestó, el cerebro trataba de encontrar una solución, una vía de escape...
┼ Hola Joulupucki. Creo que ya sabes a lo que he venido.
Era el mediano, Gaspar había entrado mientras le gritaba al teléfono. El corazón le iba a estallar y sentía una fuerte presión en el pecho, los ojos le lloraban y no se atrevía a moverse. Quizá si no giraba el otro desaparecería... Ni siquiera notó el movimiento por debajo de su poblada barba, había sido un golpe de muñeca, visto y no visto. La camiseta interior comenzó a teñirse de rojo.
Aviso
Las entradas de este blog que no fueran relatos han sido movidas a mi otro blog. Fantasmas de Plutón queda entonces sólo como blog para la creación literaria.
miércoles, 25 de diciembre de 2019
jueves, 17 de enero de 2019
Radio en la noche
Hubo un
tiempo que, por trabajo o por aburrimiento, no lo tenía muy claro, se había
aficionado a esos programas de radio nocturnos en los que la gente cuenta sus
cosas. Los había de todo pelaje; los desenfadados y socarrones que aprovechaban
el anonimato del medio para hablar del sexo más aberrante e imaginario
concebido por mentes realmente enfermas y ávidas de experiencias. Los había con
inquietud cultural que hablaban de historias perdidas y de filosofías
olvidadas. Muchos eran incluso brillantes.
Algunas épocas transitaba por emisoras locales en los que presentadores y presentadoras nada convencionales daban rienda suelta a sus filias. Todos ellos gozaban de una clientela fiel que formaba círculos de complicidad en los que sabía que nunca podría entrar. De los programas de ciencias ocultas solía aburrirse porque ni siquiera trataban de parecer serios. De hecho sí que un día se tragó uno entero en el que entrevistaban a un “auténtico extraterrestre”. Luego se supo que era un señor de Albacete aburrido con ansias de protagonismo.
Pero una noche cayó en los programas de ayuda. Solidarios los llamaban. En una emisora la gente pedía y otros ofrecían, en otra radiaban ofertas de trabajo y en una tercera ofrecían citas y grupos de amigos para gentes solitarias. Pero los más eran los de ayuda a personas con problemas. Casi siempre era una presentadora con voz susurrante la que conducía una sucesión de dramas, lloros y cantos a la vida en orden caótico y desconcertante. A uno de esos había llamado en un grito de auxilio: No puedo más dijo y múltiples llamadas le ofrecieron ayuda y solidaridad. Les damos tu teléfono por privado dijo la presentadora, no te preocupes, resiste.
Nunca llamó nadie. Quizá ahora sonaba el teléfono, en casa, pero ya no podía oírlo. Sólo oía el murmullo de las aguas pasando por debajo del puente, esperando a que llegara tras la caída.
Algunas épocas transitaba por emisoras locales en los que presentadores y presentadoras nada convencionales daban rienda suelta a sus filias. Todos ellos gozaban de una clientela fiel que formaba círculos de complicidad en los que sabía que nunca podría entrar. De los programas de ciencias ocultas solía aburrirse porque ni siquiera trataban de parecer serios. De hecho sí que un día se tragó uno entero en el que entrevistaban a un “auténtico extraterrestre”. Luego se supo que era un señor de Albacete aburrido con ansias de protagonismo.
Pero una noche cayó en los programas de ayuda. Solidarios los llamaban. En una emisora la gente pedía y otros ofrecían, en otra radiaban ofertas de trabajo y en una tercera ofrecían citas y grupos de amigos para gentes solitarias. Pero los más eran los de ayuda a personas con problemas. Casi siempre era una presentadora con voz susurrante la que conducía una sucesión de dramas, lloros y cantos a la vida en orden caótico y desconcertante. A uno de esos había llamado en un grito de auxilio: No puedo más dijo y múltiples llamadas le ofrecieron ayuda y solidaridad. Les damos tu teléfono por privado dijo la presentadora, no te preocupes, resiste.
Nunca llamó nadie. Quizá ahora sonaba el teléfono, en casa, pero ya no podía oírlo. Sólo oía el murmullo de las aguas pasando por debajo del puente, esperando a que llegara tras la caída.
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