Era la mañana del seis de enero y muchos ojos se abrieron expectantes y precavidos. El pasado día de Navidad ya fue terriblemente decepcionante, Papá Noel no había pasado por ningún hogar, dejando niños y padres desolados y confundidos.
Aquel día los pies dentro de las zapatillas no corrieron hacia los comedores, nadie quería pensarlo, pero la sombra de la decepción planeaba sobre todos.
Lo peores augurios se cumplieron, tampoco los reyes habían hecho acto de presencia. Lloros por parte de los pequeños, rabia y puños prietos entre los mayores que no dejaron caer lágrima alguna. ¿De repente eran todos tan malos? Algo más debía haber, ¿pero qué?
Desayunaro en silencio y vestidos fueron a la calle a ver si alguien sabía algo pero nadie tenía respuestas. Resignados intentaron volver a sus vidas, televisiones y radios ocuparon el vacío de las risas y juegos. Abatidos estuvieron ausentes mientras los locutores desgranaban las noticias del día. En Suecia empezaba el juicio del supuesto activista lapón acusado de contrabando y detenido unos días antes. En Melilla se daba cuenta de un tiroteo a pie de valla con el resultado de muerte de un subsahariano que vestido con una túnica había intentado saltar la noche anterior. Al norte de Irak el ejército islámico proclamaba que había capturado a un espía que con un camello pretendía pasar por sus dominios y mostraba a un anciano asustado a punto de ser degollado. Esa misma mañana un soldado israelí había abatido a un palestino que se había saltado el toque de queda en Ramallah, el saco al hombro había resultado demasiado sospechoso como para obviarlo o dejarlo explicarse.
Mientras, en un paraíso tropical un mandatario de un gran país salía de una reunión con otros gobernantes y proclamaba que el mundo era ahora mucho más seguro.